mayo 01, 2016

Lanzando un haz de luz sobre la guerra sucia \ Maynor Freyre

Lanzando un haz de luz sobre la guerra sucia

Maynor Freyre

Maynor Freyre

Comparto esta noche la mesa con un escritor que sabe de las lides de narrar sobre temas muchas veces considerados tabú: los combates insurgentes nacidos a partir de la rebelión de muchos jóvenes, atraídos por un discurso violentista que consideraban el único camino para salir del entrampamiento, la injusticia y la miseria en que la gran mayoría del pueblo peruano ha permanecido hundido. Un ejemplo es la postración socio económica en la que aún viven los pobladores de Huancavelica, Ayacucho y Apurímac pese a haber sido cruel escenario de una cruenta guerra interna de 14 años con 75mil muertos y 16 mil desaparecidos, según informe de la Comisión de la Verdad.

Hasta la fecha se prosiguen encontrando fosas comunes donde las víctimas fueron llevadas valiéndose de ardides, las hicieron cavar las fosas  con engaños y luego las ultimaron sin piedad. Tal el caso de Putis, donde los nombres de los culpables permanecen ocultos por los militares, que creen con eso pacificar el país a través del terror sicológico: no te metas a sublevarte porque ni siquiera podrás encontrar los restos de tus deudos.

Dante Castro publicó Otorongo y otros cuentos y luego Parte de combate, casi paralelamente cuando Luis Nieto Degregori sacaba a luz Harta cerveza y harta bala y Como cuando estaban vivos, abordando el tema de la guerra interna en su pleno desarrollo, pero con distintas ópticas. La de Castro más cercana a los combatientes subversivos. La de Nieto, más testimonial. Y hace menos de una semana atrás, para ser más precisos el domingo que pasó, Luis Dapelo desde París publica un artículo de respuesta a una selección de narrativa corta hecha por Fernando Ampuero y a la postura de Jacqueline Fowns, corresponsal de El País de España, quienes soslayan al cajamarquino Alfredo Pita, al piurano Miguel Gutiérrez, al chimbotano Luis Fernando Cueto, al ayacuchano Julián Pérez y a su paisano Sócrates Zuzunaga, más bien novelistas que abordan el mismo tema. También a Félix Huamán Cabrera, canteño que supo afrontarlo con diversos libros de cuentos y novelas.

Hoy nos convoca César García Lozada, antiguo contertulio de los bares de bohemia literaria de los ochentas, como el Woony de la calle Belén y el Queirolo, supérstite hasta hoy en día de aquella vieja hornada de tabernas. Hágase la luz, se intitula la obra que trata desde un punto de vista en apariencia neutral la situación vivida en Huamanga entre los fines del segundo gobierno de Belaúnde Terry y el primero de Alan García Pérez.

La novela es la visión de un profesional que urgido por las necesidades de empleo se va a laborar a un centro de electrificación que trata de llevar la luz a los pueblos afectados por loe hechos bélicos. De esta manera recogemos un punto de vista casi neutral, de quien vive entre dos fuegos y trata de cumplir su labor a cabalidad abstrayéndose de tomar partido por ninguno de los bandos en combate.
Los empleados de esa filial de Electro Perú atraviesan circunstancias delicadas, donde se ven obligados a pactar con uno y otro bando para cumplir con esta labor urgida que busca calmar los ánimos de los desamparados al dotarlos de alumbrado público y alumbrado hogareño.

Elías Sologuren, el protagonista principal de la novela, se enfrenta a la absurdidad de este mundo abracadabrante desde su llegada, cuando padece –debido a una obtusa confusión—el ingreso a ese infierno de prisiones donde uno sin saber leer ni escribir puede terminar como una víctima más del abuso de los medios estatales. Sabremos si salva o no de estas infelices circunstancias  y a qué costo.
Enseguida nos trasladamos a un pueblo víctima de la “pacificación” donde la búsqueda del cumplimiento de los objetivos los conduce a un infame pacto que casi al final se ha de romper con consecuencias inesperadas, porque la luz para aquellos desvalidos no parece querer hacerse sobre su negro luto.

A posteriori viene el raro e inesperado encuentro con un viejo compañero de colegio que finge de profesor universitario, pero cuyo rol es del quintacolumnista que ya lleva un par de centenas de detectados que han pasado a la condición de desaparecidos. El fungidor terminará en una situación delicada al ser descubierto por la contrainteligencia subversiva que dice tener ojos y oídos por doquier.

Los festejos no dejan de darse en la zona de guerra, donde los combates se efectúan fuera del perímetro de la ciudad y el resto de habitantes transcurre sus días atemorizado por las redadas intempestivas cuando llega la noche o arrastrándose a los bares en busca de paliar sus temores entre sonoras risas, pero sabiendo que en cualquier momento la cosa revienta sin avisar. Así hasta un señor ministro con escolta y todo no puede escaparse de la matonería de la soldadesca embravecida en esa tierra de nadie.

El amor no podía estar ausente en medio de tal vorágine, mas se da entre seres desesperanzados, buscando curarse de malos recuerdos y hábitos arraigados. Desconfiados el uno del otro, transcurriendo con las justas el día al día sin construir nada para el mañana incierto.

El temor los acompaña hasta a zonas neutrales, donde al parecer nada ha de suceder, pero la desconfianza cunde y el pavor se incrusta a cada instante hasta quitarle a uno el apetito, confundiendo una mirada esquiva, un acto desesperado, con algún peligro, pese a que el personaje sabe que no ha cometido el mínimo desliz. Un sentimiento de culpa persigue a quienes se han atrevido a pisar zonas vedadas.

El momento de espectar los tenebrosos resultados de esa guerra sorda se da cuando se ven precisados a viajar a la ahora denominada zona del VRAEM pues es necesario realizar unas obras por aquella zona, donde los militares de han hecho de un grupo electrógeno dejando sin luz a un pueblo de la región. Caminos regados de putrefactos cadáveres humanos siendo devorados por perros y cerdos conforman un inesperado espectáculo que deja a los funcionarios electrificadores turulatos. No obstante ahí no ha de quedar la tétrica sorpresa: las rondas campesinas salen en razia y son obligadas a traer cabezas degolladas y una tremenda cantidad de orejas para demostrar al terrible comandante Lobo que han cumplido con su deber.

Para reponer el grupo electrógeno despojado deben viajar a una zona bastante lejana, en  la cual se van a dar de narices con las pintas subversivas más amenazantes y de improviso con una columna senderista en las alturas que a pocos kilómetros los interceptará decomisándoles sus identificaciones, como signo de que lo peor les espera, Todos tiemblan ante la aparición de la columna guerrillera comandada por un jovenzuelo. Saben que no puede esperarles otra cosa que la muerte. Elías recurre entonces a su vieja experiencia de luchador sanmarquino para pactar con estos hombres a cambio de traerles alimentos y medicinas. Los esfuerzos para cumplir con tal compromiso son intensos y se ve obligado a endeudarse para ello. Al final cumplirá con su palabra empeñada pero los militares también poseen innumerables ojos y oídos, la única manera de imponerse en esta guerra absurda para la que no han sido entrenados. Sabedor de tal situación Elías opta por evadirse subrepticiamente en un ómnibus. Veamos si la luz se hace o no al leer este interesante libro que nos deja ver lo terrible e inimaginable de dejar en manos de personas entrenadas para matar el destino de los pueblos.