julio 09, 2013

Una entrevista a Mario Montalbetti / Por Karina Valcárcel

 

REVISTA VELAVERDE NÚMERO 19
http://www.revistavelaverde.pe/?p=3513

En el último numero de la revista Velaverde, Karina Valcárcel le hace esta entrevista a Mario Montalbetti, uno de los poetas más representativos de la generación del 70.  Nos parece este entrevista un excelente motivo para compartir y aproximarse a la excelente poesía de Montalbetti. 

¿SE LE PUEDE ENSEÑAR ESPAÑOL A UN PERRO NEGRO?


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Dime Mario, ¿has probado el pisco sour? ¿Qué te parece?
(Risas) El pisco sour es te­rrible porque llega una edad en la cual el segundo vaso ya te hace leña, has­ta entonces uno es inmortal… en mi caso fue hasta los 32 años, de ahí me caía mal o me daba un poco de sueño. Así comienza el declive alcohólico de uno, mejor dicho, el declive en gene­ral…
Mario Montalbetti es poeta y lin­güista. Estuvo participando en la re­ciente edición del Festival Internacio­nal de Poesía y tiene en su haber siete poemarios. Yo lo leí por primera vez a los 15 años y desde ese momento em­pecé a seguir su producción. Intento no parecer una groupie loca mientras lo entrevisto en la sección de libros para niños de la librería Sur. Es una boni­ta mañana de invierno, su vaso de café humea y se enfría a medida que nues­tra conversación avanza.

¿Cómo nace tu interés por la poesía? ¿Lo tienes definido?
No lo sé. Cuando estaba en el co­legio, debe haber sido en segundo de media, una cosa así, un compañero que es poeta actualmente, José Pan­corvo, ¿lo conoces?

Ah, el del sable.
Sí, el del sable. Los dos estuvimos en el Santa María, éramos compañe­ros de clase, muy amigos, y un día se apareció y me mostró un papeli­ to con algo que había escrito y yo le dije ¿qué cosa es eso? “Es un poema”, respondió. ¡Ah, qué bacán! ¿Y cómo se hace?… “Tú agarras un papel y escribes, sin ninguna regla”, me dijo. Yo sabía lo que eran los poemas, pero no sabía que se podían hacer así. Re­cuerdo que ese día, regresando del colegio, pasé por Minerva y compré un cuaderno y dije: voy a escribir poemas. Empecé escribiendo sobre cosas que me pasaban, cosas cotidia­nas. Me pareció interesante y gracio­so poder hacer poemas. Después, fue un cierto interés por el lenguaje, mu­cho más… voy a decir algo que no sé si funciona: más que una necesidad de expresar algo. Eso nunca ocurrió en mí realmente.

La poesía es, entonces, una for­ma más de explorar el lenguaje.
Sí. Ahora, no nos vayamos hasta el otro extremo, hay ciertos contenidos que te interesan. Le hablas a tu chica y descubres que el lenguaje es para eso también, para decirle al que te la qui­tó canalla o lo que fuera (risas). Pero es más el interés por este bicho llama­do lenguaje, que funciona de manera insospechada. Luego del colegio me metí a La Católica. El plan familiar era que estudiara derecho.


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¿Y tú estabas de acuerdo con ese plan?
En realidad no estaba de acuerdo, pero dadas ciertas circunstancias se cumplió el plan familiar casi comple­tamente. La primera clase que tuve fue Lengua I, con Luis Jaime Cisneros. Al salir de la clase dije: esto es lo que quie­ro hacer, lingüística. Cuando terminé to­dos los cursos de de­recho pasé a estudiar lingüística a tiempo completo y me dedi­qué a eso. Con un ba­che: que en algún mo­mento pensé estudiar economía.

Vi eso en alguna otra entrevista, me resultó extraño.
No, es que es muy parecido al len­guaje, el dinero es la cosa más pareci­da al lenguaje que existe.

¿Cómo así?
El lenguaje es un instrumento de cambio. Por ejemplo, se puede hablar del poder de circulación de una pala­bra, como de la circulación del dinero. Lo que vale una palabra es su “viada lingüística” en una sociedad. Hay pa­labras que se devalúan, por ejemplo la palabra “corrupción”, todo el mundo  es corrupto ahora, entonces ya “co­rrupto” ha dejado de significar algo más o menos interesante. Hay corrup­ción, sin duda, pero creo que el esque­ma de los corruptos es precisamente devaluar el significado de “corrupto” para que alguien pueda decir “ah, todo el mundo es corrupto”. Entonces el co­rrupto-corrupto es como cualquiera de nosotros, pasa desapercibido.

AL INICIO DIOS CREÓ AL PERRO
¿Se le puede enseñar español a un perro?, le pregunto a Mario, y me mira sorprendido. Luego sonríe. “Esa es pregunta de examen final”, me dice. En uno de los cursos que dicta en la PUCP el alumno tiene que responder a este cuestionamiento. “Es una res­puesta interesante, pero no te la puedo dar porque son tres créditos”, añade, siempre amable.
(He escuchado más de una vez mu­gir y maullar a mi perro, en ese senti­do podría decir que de alguna forma mi perro es políglota. Pero nunca lo he escuchado hablar español. No, no creo que se pueda.)


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Página interior de “Nube tonta” (1973), revista mecanografiada en su época universitaria.

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 Portada del libro “El lenguaje es un revólver para dos”. Recomendamos de este ejemplar el poema “La lección de economía” y “Objeto y fin del poema”.

¿Entre Nube tonta, tu primera revis­ta, y Perro negro, cuánta distancia hubo? Hay una distancia muy grande, lo que hacía en Nube tonta era casi un divertimento, pero luego junté unos cuantos poemas que estaba escribien­do y le di forma de libro y comenzó siendo un poemario más breve, que ganó el premio de literatura de la Aso­ciación Peruano Japonesa, en el cual José Watanabe era parte del jurado. Recuerdo que él me llama por teléfono y me dice: “Mario, has ganado”. Eso se llamaba Mi (poema de amor), era una selección de como 20 o 15 poemas que luego devino en Perro negro.
 

¿Cómo así terminó llamándose de una forma tan distinta?
Le agregué otros poemas. También establecí cierta distancia. Mi (poema de amor) sonaba a una cosa un poco autista (risas). Originalmente se iba a llamar “Perro negro y silente”, pero Toño Cisneros me dijo que “Perro negro” era suficiente, casi siempre le obedecí. Toño corrigió un par de poe­mas, sugirió un sustantivo por acá, quitó un par de adjetivos y me dijo: ya. Y en efecto, ya, el maestro Cisne­ros tenía razón. Un gesto que siempre le agradecí: lo presentó, cosa que Toño raramente hacía. Fue en la librería El Virrey… Después salieron con “¿Por qué le pusiste Perro negro?” y yo te­nía un montón de respuestas, ningu­na de las cuales era correcta, pero las hacía circular. Había una canción de Led Zepppelin, y a ciertas personas que me preguntaban les decía que era por eso, a otros: “Creo que la prime­ra aparición del diablo en el Fausto de Goethe era un perro negro”, había es­cogido tres o cuatro respuestas. Pero, simplemente, me parecía la cosa más neutra, casi. Un perro negro.

Un perro negro es la cosa más neutra si caminas por una calle o un parque, pero como título de un primer poe­mario es…
Hay dos tipos de perros, ¿no es cierto? El perro negro y el perro ama­rillo de construcción (risas), yo siem­pre iba a las construcciones y elegí el negro (más risas).

Hubiera sido un buen título también.
Creo que está en un verso de Cis­neros, es una linda especie. Perro amarillo de construcción, perro de mecánico es otra especie. 

Claro, con manchas de aceite.
Vas a editar después, ¿no?

No, voy a ponerlo todo (risas). En­tonces ganas este concurso y luego agregas más textos.
Sí. En realidad no me animé a pu­blicar hasta que Ricardo Silva Santis­teban y Édgar O’Hara, que estaban sacando esta editorial, Arybalo, me dicen “Oye, ya que ganaste el premio, ¿no quieres publicar?”. El primer vo­lumen de su colección era Canto villa­no de Blanca Varela, y el segundo fue Perro negro, que es extremadamente irónico… es un canto por una chica que me dejó, el canto del desamor.

¿Quién te dejó?
Todo el mundo me ha dejado (risas).

MALAS PALABRAS

¿Crees que hay algún tema prohi­bido para la poesía o, quizás, pala­bras prohibidas para la poesía?
No. Una vez hicimos un experi­mento con mis amigos de La Católica: hagamos un poema con ciertas pala­bras poquísimamente poéticas, como por ejemplo “psicodélico”. No funciona muy bien pero nos obligábamos. Hay ciertas palabras. La última que me acuerdo está en Apolo Cupisnique: en el poema “Tú quieres sexo” está la pa­labra “brío”. Es una palabra espantosa, pero justamente me forcé a ponerla porque creo que cualquiera puede en­trar. No hay palabras prohibidas.

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FOTO: FERNANDO LA ROSA

Eso es algo muy difícil de acep­tar ¿no? Porque nadie escribe, por ejemplo, un poema con la palabra “poto”.
Poto. Sí. Yo he escrito la palabra “lameculos” en Llantos Elíseos, que no es una gran palabra que digamos, pero ahí aparece. No hay palabras poéticas en ese sentido, tú vas armándolas en un contexto.

¿Qué palabras no te gustan?
Ninguna.
  
¿Cómo que no? Si acabas de decir que no te gusta la palabra “brío”…
Tienes razón, me agarraste. Brío no es una palabra que me guste. Des­pués hay otras que casi por conteni­do, más que por sonoridad… “Tole­rancia”, me parece espantosa. Todas estas palabras que justamente son como estos soles en los que ni siquie­ra ves la llamita, están tan gastados… tipo “corrupción” o “corrupto”. Ese sería un excelente ejercicio, hacer un poema forzándose a utilizar la pala­bra “corrupto” en un sentido en que le devuelvas una cierta vida, no este sentido ya manoseado que tiene aho­ra. Ese es el peligro del lenguaje, que todo se vuelva lo mismo, una espe­cie de miasma indistinta en que los bordes entre las palabras se diluyen o desaparecen. Qué otras palabras no me gustan…“Prosa”. PROSA ES UNA PALABRA ESPANTOSA.

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Dibujo de José Tola para el poemario “Llantos Elíseos”, Ed. El Virrey, 2002.

AHÍ ESTÁ EL HUAQUITO

El año pasado se presentó Cajas, un libro con dibujitos, explicaciones y reflexiones sobre el lenguaje. Un libro raro y bonito, diría yo, por no decir “interesante”, que es también una pa­labra devaluada.

Cuéntame un poco de Cajas.
No es un poemario.

Sí, lo sé.
Es lo primero que quiero decir.

Aunque por ahí he visto que se toma como un libro híbrido.
Yo creo que es un libro precerámi­co. La gente entra al libro y quiere sa­car un huaco y llevárselo. No, no hay  huacos. Estoy hablando en serio, eh… Quieren sacar cosas, llevarse una idea, decir: “Cajas… sí, Montalbetti dice que…” y ahí está el huaquito. Pero es precerámico, es más una estructura arquitectónica, de espacio. Es también presocrático, en el sentido de que no tiene las formas clásicas académicas de la filosofía, desde Platón hacia acá. Yo intenté hacer un libro que mezcla­ra filosofía con lingüística. Pero los fi­lósofos no creen que sea un libro de filosofía y los lingüistas no creen que sea un libro de lingüística. La solución la tienen los bibliotecarios de La Ca­tólica, que lo almacenan en el sitio de poesía y ya está. La poesía es una for­ma de pensar el mundo y de pensarte.

¿Tú crees que la frecuencia de pu­blicación es un indicador de algo?
Hay una diferencia entre escribir mucho y publicar mucho. Creo que todo lo que uno escribe no tiene por qué ser publicado. Por ejemplo, Cin­co segundos de horizonte era original­mente como 70 poemas, pero terminó siendo 15 o 18.

¿Qué pasó con el resto?
Fueron quemados vivos (risas) o canibalizados, cosas que uno hace con frecuencia. Hay una diferencia en es­cribir porque tienes algo que decir y escribir porque tienes que decir algo. Sé de gente que tiene que escribir una novela al año o dos… felizmente, en poesía creo que eso no existe.

Es que probablemente es el menos comercial de los géneros.
Por eso casi nunca vuelves a leer esos libros de otros autores que fueron escritos por encargo, que están po­blando las librerías actualmente. Son biodegradables, los regalas, los reci­clas. Pero digamos, Eliot… En general, en poesía puedes regresar a los libros.

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Fan conoce a ídolo. El lector puede dibujar dos globos de cómic saliendo de sus cabezas y escribir el texto que considere adecuado.

Volviendo a temas trascendentales, ¿ya probaste el cebiche?
(Risas) El último reducto domés­tico ha sido tomado por lo hombres, ahora son cocineros, chefs. Todos los platos los hacen con esta cosa terrible que se llama fusión, quedan pocos restaurantes donde puedes ir a comer un cebiche original, digamos, ahora a todos le ponen queso parmesano, yogurt… No me interesa mucho. Pre­fiero la aproximación de la mujer a la cocina, que cocina para alimentar a la familia, no para mostrar su plumaje de pavo real como los hombres.

Háblame de tu poesía reunida, edi­tada en México. ¿Cómo ocurrió?
Tengo fans (risas). Tengo dos fans en México. Inti García Santamaría, que vino a Lima y conversamos y lo leí, es muy buen poeta. También Mónica Nepote, que era compañera de Inti en la aventura de reunir mis poemas. Fue divertido porque es algo que me propusieron hace como cinco años y yo nahhh… e Inti insistió hace dos años y yo dije: bueno, ya. Pero se demoraron tanto en sacarlo que en el camino salió Apolo Cupisnique: escri­bí el séptimo libro mientras reunían mi poesía. Estoy feliz con el resultado.

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Oye, Mario, ¿por qué no tienes Fa­cebook, ah?
Alguien me ha creado un Face­book, pero no es mío. No sé, no me interesa… no es lo mío, si tengo pro­blemas con el teléfono… Todavía es­cribo los poemas a mano.

¿Me vas a firmar mis libros?
Te voy a firmar tus libros. Uy, este es bamba, ya lo vi.

No, no han bambeado tu libro, pero yo lo voy a bambear. ¿Me puedes fir­mar un papel en blanco también?