agosto 27, 2007

ANTOLOGIA YACANA (II)

David Antonio Abanto Aragón

escondida tras las ramas
parecía certera
Gloria Ramos

IMPELLITTERI

Reflexiones provisionales sobre las nuevas manifestaciones poéticas


Comencemos reiterando nuestra llamado de atención por el uso indiscriminado y superficial de los términos generaciones y décadas. Baste una rápida revisión a lo trabajado sobre este tema para que el lector pueda constatar como en las aproximaciones al desarrollo de la literatura peruana se habla alegremente de generaciones del 50, 60, 70, 75, 80, 90... ¡Seis generaciones en un lapso de 50 años!
Algunos ya gustan hablar de una Generación del 2000, otros como Luis Fernando Chueca o Miguel Ildefonso con mayor criterio, optan por una cercamiento ajeno a todo facilismo. Así, M.I. ha considerado a este brote, en lo referente a la poesía, como parte de un tercer momento de lo que él denomina "efervescencia de la joven poesía peruana desde 1990 hasta el 2002".
Nosotros consideramos prematuro hablar de un brote generacional. Lo que existe con claridad son, por el momento, más pretensiones generacionales que una verdadera generación que realice efectivamente un proyecto creador. Obviamente no es nuestra intención agotar en este espacio este tema, solo apuntamos algo que por evidente se suele soslayar en las plausibles aproximaciones a este brote creativo que hasta el momento se han venido realizando. Lo que buscamos es, a partir de nuestra experiencia como lectores, señalar algunos rasgos distintivos de las manifestaciones líricas que nos permitan comprender las líneas creativas que veremos en los poemas seleccionados en esta muestra.
Luego de la intensa búsqueda y exploración poéticas de los años ochenta, los poetas peruanos, en términos generales, se sumergieron en un proceso de individualismo ascendente que abarcó gran parte de las manifestaciones de los años noventa. Sin embargo, esta tendencia se ha vuelto algo más homogénea en las recientes manifestaciones poéticas de la nueva centuria, una homogeneidad que no es síntoma, como se pretende hacer creer, de desarrollo y evolución. Creemos que la poesía peruana reciente manifiesta una crisis que expresa una pérdida en la profundización de la experiencia del poeta (también de los narradores) con su "escena contemporánea", con la atmósfera de su época, el vínculo con el mundo y la vida, que le confería esa capacidad para tomarle el pulso a su tiempo, para registrar cual sismógrafos (según la imagen de Vicente Huidobro) los desplazamientos de las grandes placas tectónicas de nuestros conglomerados sociales que son los que nutren a esos "creadores de las nebulosas históricas" como llamaba Vallejo a los artistas. Y se opta en gran medida, con notables excepciones, por la tediosa y fallida exploración de mundos interiores que se quedan en epidérmicas conquistas formales eficientes para satisfacer las apetencias de un mercado estimulado por los gustos "globales", unidimensionales, ajenas a un absoluto. "En ciertas épocas lo único digno es resistir" declaraba hace poco el poeta Tomás Segovia en una entrevista que le hicieron con motivo de otorgársele el premio Juan Rulfo. Resistir a la deshumanización, a la que asistimos cada vez más desconcertados y aparentemente inermes.
Pero no es fácil resistir cuando casi todo a nuestro alrededor parece invitar a deslizarse hacia el facilismo, lo light, lo vulgar, lo chusco.
¿Negamos la posibilidad de una poesía auténticamente nueva? No. Si algo ha caracterizado la creación poética en nuestro país es que esta se ha nutrido de los periodos de crisis los cuales han preludiado y preparado un orden nuevo. Estamos en un periodo de transición del ocaso al alba. Es en esta crisis que se elaboran dispersamente los elementos de la nueva poesía. La crisis que padecemos de modo tan agudo puede resultar extraordinariamente fecunda para la creación literaria y cultural en general. Las composiciones de los jóvenes Andrea Cabel, Gloria Ramos, Alejandra Málaga, Salomón Valderrama, Vanesa Martínez, Iñakapalla Chávez, Diego Lazarte, por mencionar solo a los jóvenes autores cuyas composiciones nos han llamado más la atención, son prueba de ello. Su aspiración de tomar distancia del tono conversacional es un rasgo común en sus composiciones, en ellas los poetas no acompañan a su poesía, como acontecía con los poemas vitalistas de los autores de los sesenta, ochenta y parte de los noventa. Los momentos de gran dinamismo histórico, de un potencial histórico en vías de actualización y/o redefinición movilizan vigorosamente a los auténticos creadores. Una creación que no considere con coraje, la disciplina y la visión estéticas necesarias para encontrar su propia voz en medio del bullicio y/o del silencio contemporáneos no será capaz de crear una poética viva en la que confluyan como una necesidad vital, una expresión de la condición humana, del impulso a no aceptar lo real como perentorio e incambiable.
Invitamos, pues, a aproximarse con mucha atención a la creación poética reunida por Willy Gómez y Dalmacia Ruiz Rosas en esta muestra y contribuir a suprimir una confusión, señalada ya por José Carlos Mariátegui, que desorienta a algunos artistas jóvenes —y no tan jóvenes—: No toda creación nueva es verdaderamente nueva. Ninguna creación artística que rebaje el trabajo artístico a una exclusiva cuestión de técnicas y temas representará un arte nuevo. Las técnicas y los temas deben corresponder a la expresión de una sensibilidad nueva también.
Independencia, julio de 2007


YACANA Y LOS NUEVOS MITOS


Miguel Ildefonso

El Café-Bar Yacana se ha convertido para la poesía peruana y de otros ámbitos en lo que El Palais Concert (ubicado a sólo unos metros, en el mismo jirón de la Unión) significó en su época, y que muy bien Abraham Valdelomar sintetizó con las siguientes palabras: “El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión, el Jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert soy yo”. Hoy, pasado el siglo XX, quitando el egocentrismo del “Conde de Lemos” y la parodia, haciendo a un lado la seudo aristocracia limeña de antaño y cediendo a los nuevos tonos democráticos, es cierto que en ese pequeño estrado del “Yacana”, como simplemente se le conoce, ha desfilado, semana a semana, una extraordinaria cantidad de poetas de diferentes puntos del país. Y una muestra de ese nocturno ritual con la poesía recitada o leída en voz alta, es lo que nos convoca ahora con este nuevo libro, editado por su propio sello, que perenniza lo transitado, en medio de la sociedad del espectáculo (Guy Debord, dixit) limeño; es decir, de una sociedad que lee menos y olvida más. El juntar en un mismo ambiente la manifestación artística más popular del mundo moderno, como es el rock, con este antiguo oficio solitario, que se encarna bajo un reflector, rodeado de penumbra y vasos, en la voz de sus autores, para un mismo público, es crear una suerte de mágica performance al servicio no sólo del placer fugaz de la noche, sino también de la vigencia iconoclasta de su función crítica, y sirve, por si fuera poco, para el diálogo necesario y el impulso de su renovación estética.

“Quizás la ‘grandeza’ no esté de moda, como no está de moda lo trascendental, pero es muy difícil seguir viviendo sin la esperanza de toparse con lo extraordinario”, dice Harold Bloom de estos tiempos posmodernos. Vivimos en una época de exploraciones estéticas, si bien sin la estentórea posición “anti” de la época de las Vanguardias, bajo el amparo del psicoanálisis, el socialismo o la utopía, sí todavía con una búsqueda arqueológica y mística de aquello que nos pueda sorprender y trascendernos. Quizás lo que falta a esta época es la capacidad de poder ver sin miedo el futuro; de avizorar sin exageraciones no sólo el Apocalipsis, sino la esperanza de vivir un paraíso en la tierra. Quizás lo que haga falta es arriesgar otro tipo de mirada, menos densa, más plural y menos egoísta.

La cantidad de poetas que ha surgido en nuestro país en estos últimos años indica algo positivo. Nos dice que la poesía es ajena a toda la política anticultural del Estado, por ejemplo, o a la deficiente transmisión de este arte en los colegios. Casi todos los poetas aquí reunidos, muy jóvenes, habrán encontrado en el Yacana una excelente tribuna para sus primeros fogueos, también algo como una escuela (“la escuela de Lima”, la llama la poeta Dalmacia Ruiz Rosas, una de las coordinadoras de los eventos poéticos del Yacana) en donde se rompen los paradigmas seudo pedagógicos y anacrónicos, y se es el ser más libre: es decir, en donde el ciudadano pasa a ser “el poeta”.

Otro rasgo positivo es la consolidación de una tradición poética peruana a la que le ha costado mucho marcar su originalidad e independencia. El costo ha sido el de la vida de poetas como Vallejo y Heraud, el de los olvidos y reivindicaciones como los de Carlos Oquendo de Amat y César Moro. La vida de los poetas peruanos está marcada en su mayoría por el doble y triple sacrificio gozoso: el ser poeta, el ser ciudadano y el “ser para la muerte” (como dirían los existencialistas). Entre estos más de cien poemas atisbamos el iluminado ethos del poeta que se posiciona en un mundo siempre ajeno, contradictorio y alienante. Posición incomoda para el poder terrenal. Posición sagrada (“sagrado porque no está a la venta”, diría R. Hinostroza). El poeta ha recogido de nuestra tradición las notas y las partituras más acordes a sus propias sinfonías, para luego marcar su tendencia, fundar su propia orquesta:

Es el caso de Guillén, Cabel, Valderrama, Acleman, Hernández y Huapaya. El lenguaje poético se involucra en los escarceos del mundo interior del hablante, explora las oquedades de la voz poética para resignificarse, decirse a sí mismo (como en la poesía barroca de Martín Adán, o en las polifónicas sonoridades de C. G. Belli) lo que no puede alcanzar a decir con el simple sollozo, el grito, o inclusive el propio silencio. En poesía, racionalmente paradójico, todo dice y no dice a la vez. Por ello esta poesía concibe a la creación en tanto evolución de esta pasión humana, la de la poiésis; el poeta no deja de ser consciente de su aventura con la palabra y del vuelo trascendental y sin retorno que implica su tarea: un golpe de dados, una vox horrísona, hasta que el Yo sea Otro, o sea Otro el que nos hable del Yo.

Para Hegel la ironía consiste en insertar la subjetividad en el orden de la objetividad; para el poeta es además la manera de romper con lo sagrado, desacralizándolo. Es el caso de la propuesta del siguiente grupo (divisiones que me atrevo a ensayar en esta breve presentación): García Godos, Juan Zamudio, Vanessa Martínez, F. Méndez, Dora Moro, Bocelli, L. Valverde, G. Roldan y Arianna Castañeda. Aquí la poesía se vuelve evidentemente experimental, con golpes de anti poesía, flashes oníricos (tipo écriture automatique) y con una conciencia política de llevar el deseo, mediante la crítica sibilina, hasta sus ultimas consecuencias. Algunas veces sorprendentes imágenes o sentencias cisnerianas, otras veces del Luis Hernández social, podemos rastrear a través de un nuevo desenfado.

El tema amoroso, con fina plasticidad y sensualidad en las imágenes, se encuentra en: Gloria Ramos, I. Sabogal, A. Málaga, M. Rumana, W. Espinoza, D. Castañeda, F. Retamozo, M. Vargas, D. Jiménez, Gimena María, Virginia Benavides, A. M. Falconí y A. Torres. Una sensibilidad que desafía a la realidad con su lirismo, impulsada por el Eros y apoyándose en la memoria de los ámbitos cercanos. Perú ha desarrollado una rica tradición en este campo, con, por ejemplo, Francisco Bendezú o César Calvo; lo mismo que con la agudeza de Blanca Varela, y la poesía erótica femenina de los años 80.

Este es el grupo más grande: S. Risso, R. Salas, Astorga, O. Granda, P. Perales, E. Altamirano, H. Alva, John López, M. Blásica, F. Rebatta, W. Moreno, E. Munárriz, M. Ponce, Gonzalo Málaga, A. Morillo, F. Turlis, J. P. Mejía, D. Perea, A. Rubio, S. Vega y R. Paulino. Poesía de la urbe, en donde colectividades desarticuladas se enfrentan al mito de la Modernidad deshumanizadora, un conjunto de héroes solitarios que se recrean no sólo en ese spleen (antes Ojeda o Verástegui), sino también en el ámbito familiar y cotidiano, cuando la existencia se vuelve una forma de mantener en pie el prístino anhelo de armonía y la recomposición del sujeto posmoderno (Eielson).

El eje poético más reflexivo y que hurga en los discursos de la Historia es el de Víctor Ruiz, Inakapalla Chávez, Reinhard Huamán, Martín Zúñiga y Cecilia Podestá. El ritmo versal se ajusta a la contemplación de los vastos campos del tiempo, el mar y la cultura, por el que todo lo poetizado cobra una dimensión simbólica, casi mítica (veamos la poesía de Hinostroza o Montalbetti). El ser humano se reinventa en cada precario ciclo de la evolución del conocimiento (tal las eras de S. J. Perse). O como en el eterno retorno nietzscheano: los mitos del origen, del pecado y de la muerte se suceden, en esta poética, pero con un lenguaje más sereno y elevado, en un proceso que nos lleva si bien no tanto a la perfección humana, sí a la conciencia de nuestro devenir.

El mito andino de Yacana habla de una llama que va a beber agua de un manantial, y que de ahí surge la fuerza vital de su cosmos. El presente libro invita a entrar a este otro nuevo mito (colectivo como debe ser): el Café-Bar-Libro Yacana, donde sólo nos queda empezar a beber de estas nuevas aguas.