enero 24, 2007

MELODÍAS PARA REFLEXIONAR/ MANUEL VELÁSQUEZ ROJAS

MELODÍAS PARA REFLEXIONAR
Dr. Manuel Velásquez Rojas[i].



En Huari, Ancash: Armando Arteaga y Manuel Valàsquez Rojas (poeta y maestro universitario, autor de esta reflexiòn crìtica sobre la poesia de Ricardo Falla, poeta del grupo Gleba y de la Generaciòn del 70).

El libro Interludios de Ricardo Falla Barreda es un poemario de espacios culturales. En el pasado tiempo, los seres humanos escogían, de los numeros santos que moran en el cielo, algunos para venerarlos en su capilla particular. Hogaño, dicha religiosa costumbre, ha sido reemplazada por otra laica y terrenal. Me explico: algunos poetas, es el caso de nuestro amigo Ricardo Falla, necesitan dar a conocer las individualidades creadoras que admiran, y que, por la recurrencia en la vida de los poetas, realmente, han pasado a la categoría de amigos. Cuando este hecho singular, creo yo, que se expresa el sentimiento de iconofilia, valga este neologismo inventado por mí, para significar que nuestro iconos son camaradas inseparables de nuestra existencia. Los iconos que llenan los espacios culturales de los poemas de Ricardo Falla, pertenecen a la historia, la literatura, la música y a la ficción. Ahora, permitidme una breve digresión o un flash back existencial. Ricardo Falla en sus orígenes literarios, era parte de un grupo de poetas que caracterizaron su poética con una temática realista, popular y urbana (la ciudad de Lima creció con sus versos), y establecieron, además, las formas coloquiales, y los versos de largo aliento. Es cierto que estas características los hicieron distintos, y ahora ya no distantes de la generación que los precedió, la de los años 50. Este grupo poetas, nuevo y novedoso, nació con el nombre de Gleba, quizá haciendo honor a un poema, con el mismo título, de César Vallejo; la historia del grupo continúa, más tarde se proclamaron Nueva Humanidad y, finalmente, con ausencias calladas y opositores activos, se llegó a Hora Zero, este último calificativo con mayor ruido mediático. A este conjunto de poetas, unidos por el tiempo pero distintos en sus creaciones individuales, se les llama la Generación del 70. Ricardo Falla es un de los ganfaloneros de esta generación, por su vocación y condiciones de liderazgo poético, que más tarde se rearfirmará con la publicación de su primer poemario titulado Pequeña historia de conciencia (Lima, 1971), luego vino su polémico Contra viento y marea (Lima, 1973), y los poemarios de madurez Mi Capital, con prólogo consagratorio del poeta Alejandro Romualdo 1979, y Poesía abierta, editada en 1982.
De un primer registro de manifestaciones formales, podemos afirmar: de los postulados de la poética de la Generación del 70, Ricardo Falla conserva el coloquialismo, pero ahora no es la conversación que una tradicional calle de Lima se puede escuchar. No. Ahora es un diálogo con los iconos preferidos por Ricardo Falla. Coloquio que recrea un espacio cultural para el icono y su trascendencia. Se conoce que todo poema ofrece un hablante lírico que es el que modula los versos, es decir es un yo especial solo existente en el poema. Cuando se trata de un poema conversacional, el yo especial pregunta, acepta respuestas y reflexiona sobre los temas planteados. Es un yo y a la vez un tu. Estimo que estas consideraciones iniciales posibilitan y son las necesarias para una aproximación de crítica literaria a los poemas de este libro sustancioso y sustantivo. Exploremos algunos poemas cuyos espacios están ocupados por personas culturales.
El poema Epístola a Amarilis con un fraseo hermoso y a la vez inquisitivo, nos da a conocer las inquietudes de un yo poético que admira a la poetisa del siglo XVII, que se le recuerda, precisamente, por su Epístola a Belardo, que, como todos saben, fue dirigida a Lope de Vega, y en la que esta monja de clausura le declara su amor platónico y le pide que eleve sus versos en elogio de Santa Dorotea. Esta poetisa ha concitado interrogaciones a todos los estudiosos de la literatura peruana que, han pretendido, en hipótesis aventuradas, determinar su nombre, linaje y trayectoria vital. Ricardo Falla en verso sutil y preciso la llama “poetisa de la incógnita”, y luego de platicar largamente con ella, le reclama que devele sus misterios, y le dice así: “Pero tu como idilio eterno/ danos el lugar exacto por donde asciende el aire/ en esta imagen/ en esta tierra/ en el tiempo esculpido por la luz/ y así sabremos como eras/ y como fuiste en la tierra y en la frente”.
Un tema recurrente, en el periplo poético de Ricardo Falla, es reclamar la justicia entre la sociedad humana. Noble empreño que valoramos más, cuando más injusta es la sociedad en que vivimos. Por eso su poema En el espacio Quijotal – para mi sentir – es uno de los poemas más logrados estéticamente, porque ha unido en armonía feliz su inquietud de identidad individual, su admiración por el Quijote (como personaje eterno de la literatura), y su demanda a seguir sus enseñanzas de justicia, y en pos de un ideal de fraternidad humana. Cervantes logró decirnos que la justicia es la razón de un loco, que vive como héroe para sí, aunque desdeñado y befado por los que siempre defienden la razón de las injusticias. El poeta Ricardo Falla, nos habla a sus lectores, con versos que revelan un compromiso hermoso: “No olvides que los cuerpos son sueños/ no son vida/ y el mirar con violencia al mundo/ desintegra la realidad del amor”.
Pero el registro del yo poético, de Ricardo Falla, es amplio como lo apreciamos en los significativos poemas Ante los ojos de Joseph K, Bajo el viento de Ulises, Variaciones ante el mundo de bronce, que esta dedicado al Señor de Sipán, en un vínculo que, a través del canto de admiración, se va revelando la identidad del ser peruano en todos los tiempos. Ofrece, el poeta Falla, además otros poemas como A Carmen de Bizet, Secreto a voces, y el aleccionador Escrito para la memoria de un joven poeta. Me detengo para expresar, mi deleite personal con la elegía La hora de John. Recorrer el siglo XX es descubrir que fue un siglo extraordinario, y que su música popular revolucionó los conceptos y la praxis de escuchar música, de sentir la música. Bastaría citar algunos de sus exponentes para justificar mi aseveración. Nombres como los de Carlos Gardel, Celia Cruz, Los Panchos, Juan Manuel Serrat, Teresa Parra, Lucha Reyes, y, por cierto, Los Beatles, hicieron más hermosa y libre la vida del siglo XX. Y el poema de Ricardo Falla, presenta al personaje de John Lennon que nació en 1940, en Liverpool. Su vida fue un ejemplo de creación musical, y sus opiniones militantes defendiendo la paz provocaron aplausos en los hombres de buena voluntad, y rechazos fanáticos de los belicistas. Un violentista, amante de la muerte y de la guerra, le quito la vida a John Lennon, en Nueva Cork, el 8 de diciembre de 1980. Y el poeta, en el libro que esta noche celebramos, nos dice: “Una vez John en sus invenciones de piano/ hizo del placer tendido las tenciones del corazón/ los registros de la resurgencia/ el centro de las perplejidades/ la creación de lo irreal/ la música capaz de encender momentos/ y escribió y entonoó/ y entonó y escribió/ lo que los sentimientos de cada hombre/ desean cuando ven con tristeza los momentos de la tierra/ en un tiempo de venganza/ y aspiración de muerte”.
El poeta francés Arthur Rimbaud, en un verso célebre afirmó: “Yo soy otro”. César Vallejo, en un poema nos dice: “A lo mejor, soy otro” y, creo, que la lista de los poetas que padecen este desdoblamiento es numerosa. Señalo una idea para comprender este fenómeno de la poesía occidental. La vida nos obliga a ser un individuo atenazado por el poder político, religioso o económico, lo que obliga a resguardar parte de nuestro ser (“otro yo”) para que no muera contaminado. El yo poético, de Ricardo Falla, nos entrega el poema Centinela, en esta pista poética de ser dos en uno. Él dice: “Mi casa tiene un centinela/ sé quien es/ pero no se de donde vino/ ni porque me cuida de los ruidos del mundo/ (…)Él como nadie sabe/ que la realidad da vueltas/ y vueltas y cambia/ sabiendoque hay una cosa que no cambia/ cuidarme la vida/ y no dejar pasar la muerte”.
Un bloque integrado por algunos textos muy valiosos presenta como tema fundamental: el amor y el hogar. Así Caminar a tu lado, A un verso que llega, Entre el cantar y la sombra, Para una melodía en flor de luz, y Sueño por los silvestres dibujos de tu cuerpo. El yo poético, posee ya la madurez de la vida y su forma de sentir y hablar del amor es hermosa, pasional, y a la vez simbólica, con descubrimientos, y resplandores humanos y estéticos. Este sentimiento está a la vez acompañado de la voz poética que une a la pareja. Cada amor es único, un milagro distinto para cada ser. Es uno de los dones de la vida, porque une en intimidad ilimitada y protege la supervivencia de la especie. Digo y afirmo, finalmente, que con la lectura de tus poemas, Ricardo Falla, he crecido como ser humano: me he acercado a los paradigmas culturales y con nuevas visiones los vuelvo a colocar en sus altares. He reflexionado sobre temas de la esencia de la poesía y del destino del ser humano. Y he contemplado una visión de amor ejemplar y bella: por todas estas cualidades de tu libro, te felicito Ricardo Falla, y te reitero, hermano en la poesía, hermano en las lides universitarias, hermano en la búsqueda y anhelo de un mundo mejor, gracias por tu libro y tu amistad.
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[i] Manuel Velásquez Rojas: Dr. en Literatura, profesor universitario, poeta de la Generación del 50. Ejerce la docencia universitaria en el Post Grado de la Universidad Nacional de Educación, La Cantuta, y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es autor de estudios sobre César Vallejo, J. M. Arguedas, entre otros, así como de varios libros de poemas.